Fue un libro hermoso y doloroso a momentos. La identidad, aceptación de uno mismo, y la representación de los pueblos originarios son temas que me gustó mucho ver en este libro, y sobre todo cómo se llevó a cabo.

Tanto Jonathan como Webb son protagonistas con los que uno se encariña rápido: Jonathan es tan incómodo y nervioso, al punto que da ternura, y Web va siempre de frente como si no le tuviera miedo a nada, y los dos se complementan muy bien. Me encantó ver cómo se acercaron, su manera creativa de ver el mundo, y cómo se podían entender sin necesidad de pensar de la misma forma. 

Aunque en general no es un libro trágico, tuvo muchas escenas que me hicieron doler el corazón, la mayoría teniendo que ver con la negación de Jonathan de sí mismo, y cómo pensaba (y le habían hecho pensar) que la homosexualidad era una enfermedad. Pero, a pesar de todo, creo que es un final realista, y que no cae en la tragedia, que ya era lo que me venía esperando.

Lo único que no me gustó del libro fue la escritura, que me pareció dolorosa y que a momentos me daba vergüenza ajena al punto que me costaba seguir leyendo.