El último libro es un broche de oro a la trilogía, y a la vez te deja en un cliffhanger que anuncia probablemente otra serie de libros. En conjunto, un libro redondo y disfrutón que sorprenderá a muchos, aunque yo me quedé muy contento de ver venir algunos de los giros. Otros no.

Mi amiga Diana dice que hay una diferencia entre artista y artesano, y que lo segundo no tiene menos mérito que lo primero. Y estoy de acuerdo: tiene tanto mérito hacer un buen botijo como pintar un cuadro bonito. Y Dolores Redondo ha hecho un buen botijo en esta trilogía: ha sabido escribir una serie de libros que manejan perfectamente las convenciones del género negro, con un ritmo ameno e interesante, y donde todo encaja como debe sin insatisfactorias contradicciones ni flecos molestos. ¿Es una cumbre de la literatura como arte? No. Pero es una gran muestra de su género y una muy entretenida lectura. La recomiendo sin reservas.