Es necesario encontrarse en un estado de cuidadosa concentración para empezar a leer 'La muchacha de los ojos de oro'. Es muy fácil perderse en —e incluso encontrar tediosas— las primeras 30 páginas del libro si no se está centrado. Es un detallado estudio sobre el parisino del siglo XIX, que podría extenderse a una definición de la conducta del hombre, desde el proletario hasta el burgués. Son páginas perspicaces, con una voz inconforme y confrontadora, casi furiosa y condescendiente. Una vez establecido todo esto, de golpe, comienza la historia de Henri de Marsay, con un impulso y momento increíbles. Nunca había leído —me parece— una introducción tan minuciosa (que se sintió, en buen sentido, como un estudio de decenas de libros) como la hace Balzac en 'La muchacha de los ojos de oro'. A partir de allí, si se fue capaz de abrazar la redacción de Honoré hasta el momento, compartir la intriga de Henri —mientras se le reprueba su narcisismo— hacia la muchacha de los ojos de oro es un camino recto en el que se levita por inercia, en el que se exploran con relevancia las etapas del enamoramiento de un hombre vanidoso.

La más grande virtud de esta novela de 'La historia de los trece' es la meticulosidad de su redacción y su ritmo.