“—Nadie habla de culpas. Es solo una cuestión de gratitud. Cuando tú agarras algo, ya estás pensando en agarrar otra cosa”

“Desde su rincón, Nat la veía ahora peinando a la elegida, cepillándola con extremo cuidado, poniéndole gomillas de colores en cada mechón y trencitas alrededor de la frente -cosas que nunca había hecho con ella-, tomándola de la barbilla al terminar para admirar el resultado, palmoteando de alegría. La nueva observaba a Nat de lejos, quizá un poco incómoda pero irremediablemente satisfecha.
Nat no sabía qué pecado había cometido para ser castigada de ese modo. Cuando vio en su libro de religión un cuadro de Adán y Eva expulsados del Paraíso pensó: esto es lo que me pasa”

Incómodo, como esas bromas de cámara oculta, como la vergüenza ajena, como ver un accidente a cámara lenta. Este libro pica como la hierba mustia y reseca del terreno de La Escapa, como el zumbido de moscas en el Glauco, como ese ser esquivo que es Sieso. Una lectura de estar al borde de la silla, de arrojar al fondo del cajón a veces que, si se quiere, puede unirse a ese grupo de voces que piensan sobre el campo y la ciudad y las tensiones humanas entre estos lugares.